martes, 22 de septiembre de 2009

"Articuentos"

Aquí dejo lo que Juan José Millás bautizo como “artícuentos”. Considero que son muy buenos escritos, que de alguna manera tienen que ver con la materia en cuestión. Espero que sean de su agrado y sino lo son, ni modo. Aclaro,lo sugerido es a mi criterio y consideración. Para los interesados dejo el link donde podrán encontrar más. Espero que sean de gran ayuda para el grupo en general. Disculpas por publicarlos en una sola entrada.

http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/artimenu.htm

Saludos.

Carpe díem.

PALABRAS.

Si al abrir la boca, en lugar de palabras, nos salieran libélulas, estudiaríamos entomología para conocernos mejor. Pero las palabras son también formas biológicas perfectamente articuladas que segregan ideas como las serpientes veneno o las abejas miel. El entomólogo de las palabras es el lexicógrafo, al que no es raro ver en las esquinas armado de una red con la que atrapa voces que luego ordena, al modo de una colección de insectos, en el interior de un volumen. La diferencia entre el diccionario y las cajas de escarabajos atravesados por un alfiler es que en un buen diccionario de uso las palabras se mantienen vivas. Las hay con cabeza, tórax y abdomen, o con caparazón, artejos, aguijones y labros. Muchas poseen unas formaciones oscuras que al levantarse con el misterio de las faldas dejan ver esa suerte de lencería fina, los élitros, con los que vuelan alrededor de los labios de las mujeres y los hombres antes de diluirse en el aire como el hielo en agua.
Hay palabras que dicen lo contrario de lo que significan y palabras que aun no significando nada consiguen atravesar la barrera de los dientes y aletear como un pájaro ciego durante unos instantes ante nuestros oídos. Algunas viven siglos y otras desaparecen a las 24 horas de ser alumbradas. Muchas sólo nacen para fecundar el lenguaje, por el que son devoradas una vez cumplida su función reproductora. A ciertas voces, después de haber sido encerradas dentro de una definición, se les escapa el significado, como el jugo de una fruta abierta, y cuando vuelves a usarlas no tienen sentido o han adquirido uno nuevo y sorprendente.
Un diccionario, pues, viene a ser un terrario en el que en lugar de ver salamandras o ranas o tritones vemos la palabra salamandra, la palabra rana, la palabra tritón, incluso la palabra palabra, mostrándonos sus hábitos significativos o formales, sus articulaciones, su extracción social, sus intereses. Aguilar acaba de publicar el de Manuel Seco, que constituye hoy por hoy el mejor zoológico de términos vivos conocido. Al recorrerlo, uno se da cuenta de que estamos hechos de palabras, como la Biblia o el Quijote, a cuyo lado, en todas las casas, debería haber un diccionario.

ESCRIBIR

Hace poco, un oyente telefoneó a un programa de radio y contó que su matrimonio había empezado a naufragar el día en el que su mujer llevó a casa a una amiga anoréxica.
-Qué sucedió?- preguntó la locutora.
-No lo puedo decir porque a mi esposa le gusta mucho la radio y quizás me esté oyendo. La cuestión es que las cosas se empezaron a complicar y ahora vivimos separados.
La audiencia, a juzgar por las llamadas posteriores, se quedó muy intrigada y yo pensé que aquel hombre nos había dado una lección perfecta de cómo empezar un relato. Las situaciones de partida son así de gratuitas, así de normales también. Y cuando digo normal no pierdo de vista desde luego el grado profundo de anormalidad que subyace en la vida cotidiana, auque hayamos desarrollado mecanismos para no percibirla. El acierto de este hombre consistió en contar algo que estaba en la frontera de lo vulgar y lo extraño. Parece que estoy viendo la escena:
-Mira, Javier, esta es mi amiga Rosa que como puedes ver es anoréxica y ha venido a pesar unos días con nosotros. Dormirá en el sofá-cama del cuarto de estar.
-Encantando.
No es difícil imaginar a los tres en el tresillo, viendo la tele. Rosa, muy delgada, permanece entre los dos, sin probar los aperitivos que la mujer de Javier ha puesto sobre la mesa. Javier está un poco violento, pero al mismo tiempo orgulloso que de su esposa intente ayudar a una amiga. Él mismo, sin darse cuenta, ha empezado a urdir algunos modos de obligarla a comer. Una situación normal, de gente normal: se respira una atmósfera de clase media absolutamente familiar. Javier, seguramente, es funcionario.
A los tres meses, sin embargo, Javier vive solo en un apartamento y se dedica a telefonear a las emisoras de radio para contar que su matrimonio ha fracasado. Ahora estamos ya frente a una historia de terror. Sólo hay que escribir lo que ha sucedido en medio. A ver quién se anima

EJERCICIOS DE RETÓRICA

Vaya usted a la cocina de su casa, reúna un paquete de arroz e harina, una bolsa de sal, una tarrina de mantequilla y una botella de leche. Observe durante un rato el conjunto y considere que ese torpe aliño alimentario sería un tesoro ahora mismo en Rusia, por ejemplo. Pero si a usted le da pereza reunir tantas cosas, abrir tantos armarios, ir de aquí para allá, tome de la nevera una botella de agua mineral e imagine la riqueza que su posesión significaría en algunos lugares de África. Resulta fácil pensarlo, pero comprenderlo es más arduo. Digamos la verdad: no hay manera de entenderlo, del mismo modo que no se puede concebir que las 225 personas más ricas del mundo posean tanta riqueza como el 47 por ciento del resto de la humanidad. Busque usted otro modo de expresarlo, si tiene la suerte de saber matemáticas, y llegará en cualquier caso a la conclusión de que, se mire por donde se mire, el asunto es más bien salvaje. Tanto prevenirnos en la escuela de la ley de la selva y no era más que esto: que unos pocos vivan muy bien a costa de muchísimos que lo pasan fatal.
Lo toleramos porque no lo comprendemos. ¿Cómo explicar, si no, que haya policías que por un sueldo modesto defiendan un orden semejante? Y cuando hablo de policías me refiero también a los jueces y a los alcaldes y a los coroneles y a los peritos industriales, por no mencionar a los creativos de publicidad y a los poetas de la experiencia. No se amontonen: también me incluyo yo. Si un servidor hubiera entendido de verdad lo que significa reunir sin esfuerzo, sobre la encimera, en cuestión de segundos, la riqueza mencionada al principio de este artículo, ya habría saltado por la ventana o me habría metido en la boca el tubo del gas.
Pero aquí estoy, ya ven, haciendo ejercicios de retórica con el arroz y la sal, la mantequilla y el aceite que no tienen en Rusia. Decía mi madre que con las cosas de comer no se juega, pero estaba equivocada la pobre, como en tantas otras cosas. Si con algo hemos acabado jugando es con las cosas de comer. El mundo es un Palé o un Monopoly, o quizás un Monopalé. Lo mejor, para ganar, es no entender sus reglas. El mundo va bien.

PALABRAS II.

Mucha gente cree que escribir consiste en colocar una palabra detrás de otra. Desde esa concepción, las palabras permanecerían en la caja de herramientas hasta ser seleccionadas por el escritor con el gesto de cálculo con que el aficionado al bricolaje separa un tornillo de otro. En parte es eso, sí, con la diferencia de que las palabras son activas, de manera que tienden a colocarse por su cuenta. Si uno va, por ejemplo, al cajón de los sustantivos y coge la palabra noche, inmediatamente aparecerá a su lado el adjetivo oscura. Hay, pues, que tener las tijeras a mano para podar los sustantivos, a los que les salen más ramas de las necesarias. Así que escribir no sólo consiste en decir lo que uno quiere, sino en evitar que el lenguaje diga lo que le da la gana.
Desde luego, como esa lucha, llevada a sus últimas consecuencias, resultaría agotadora, finalmente hay que pactar. Por eso, un texto literario es el resultado de un acuerdo entre lo que quería decir el lenguaje y lo que pretendía expresar el escritor. Ahora bien, como el lenguaje nos construye, nos hace, y, llegado el caso, nos deshace, es posible que esa forma de relación se erija en el modelo de trato con el resto de las cosas. Visto de ese modo, la realidad sería el resultado de un pacto continuo entre nuestros deseos y los de la existencia. Se puede elegir no pactar, imponer nuestro criterio al ciento por ciento, pero eso quizá conduzca en la literatura al onanismo y en la vida al manicomio. Hay otra forma de no negociar que consiste en que las palabras digan lo que quieran y en que el destino nos lleva a donde a él le plazca, pero eso es una forma de capitulación algo humillante.
Finalmente, situados en la posición de negociar, se puede cargar el acento en lo que uno quiere decir o en lo que le apetece contar a las palabras. Esta última es la posición que algunos identifican con la sabiduría y quizá tengan razón. Desde luego es mucho más relajante levantarse de la cama pensando: “vamos a ver qué quieren decir hoy las palabras (o la realidad)”, que meterse en la ducha con la idea de que uno tiene toda la responsabilidad de lo que sucede dentro de la cuartilla o en la calle.

VIVA LA GRAMÁTICA

Una red invisible de palabras planea sobre nuestras cabezas. Todas las conversaciones realizadas a través de los teléfonos móviles recorren la atmósfera antes de llegar a su destinatario. A las sucesivas capas de gas que rodean la Tierra habría que añadir ahora la alfabética. Esta capa, a diferencia de la de ozono, no tienen ningún agujero. Es más, no cabe una letra ya en este tejido. De no ser transparente, hace tiempo que viviríamos a oscuras. Sobrecoge la posibilidad de que un día esas palabras se solidifiquen de forma paranormal, como los aerolitos, y comiencen a caer sobre nosotros. Saldría uno al jardín y le caería a los pies una oración gramatical cualquiera: "Dile a tu madre que no voy a comer".
Si las palabras fueran materiales de construcción, hace tiempo que no se podría salir a la calle. De hecho, casi no se puede entrar ya en el tren o en el autocar de línea. Está uno intentando concentrarse en una novela de Simenon, cuando le cae encima la conversación del señor de atrás con su socio. El señor de atrás fabrica envases de plástico, aunque después de escucharle un rato, en detrimento de Simenon, se da uno cuenta de que lo que el señor de atrás fabrica son frases. Defectuosas, por cierto. En las dos horas que ha durado el viaje, y la conferencia telefónica por tanto, no ha hecho una sola construcción sintáctica como Dios manda. Espero que sus envases sean mejores, aunque lo que a él le gusta es la oratoria.
La industria del futuro es la industria sintáctica. Todo el mundo habla. No hacemos otra cosa que hablar. La atmósfera está completamente llena de conversaciones. Lo malo es que son conversaciones banales, malas, rotas, tristes, defectuosas. Tanta tecnología punta para preguntarle a la sufrida esposa dónde está la mahonesa. Pues en el tarro de la mahonesa, hombre de Dios, dónde quieres que esté. Vamos, que son mejores los teléfonos que las conversaciones. Pues bien, ahora que ya hemos conseguido una calidad impresionante en el aparato, sería hora de poner las frases a su altura. En otras palabras: viva la gramática, con permiso de Telefónica (con acento en la o).

LEER ES REBELARSE

La mitad de los españoles no lee: ahí sí que hay dos orillas, dos Españas, sobre todo si pensamos que la mitad de los que leen no entiende. En mis intervenciones en institutos y colegios intento transmitir, no sé si con éxito, la idea de que la lectura constituye uno de los pocos modos que van quedando de rebeldía eficaz frente a un mundo cada vez más mortificado. Se acabaron las revoluciones, las tomas de palacio; no hay más cera que la que arde. Eso no quiere decir que no haya que modificar la realidad (a nadie le gusta), pero hay que cambiarla a base de ponerla en cuestión de tal modo que ni ella misma se pueda contemplar en el espejo sin avergonzarse.
Y eso se hace con palabras, con libros, no a guantazos. La mayoría de la gente que desprecia la lectura se asombraría de saber hasta qué punto el dominio de la palabra otorga un poder que no cabría atribuir a una herramienta tan humilde. De hecho, hoy, más que nunca, estamos gobernados por palabras. Desaparecidas, o en estado de gravedad extrema, las ideologías, los políticos nos gobiernan a base de jerga. Por lo general, no ganan las elecciones los programas, sino las jergas. Si al PP le ha costado tanto alcanzar el poder, y finalmente ha llegado a él de un modo tan precario, es porque, pese a los esfuerzos de Aznar, su gente ha leído poco y carece de jerga. Leer es poder. Con la lectura uno es capaz de cambiar totalmente su existencia y, en consecuencia, la de quienes le rodean. Eso es modificar la realidad.
Hay en el mercado de la rebeldía multitud de productos que no hacen sino afianzar el sistema establecido, que necesita ser transgredido para certificar su existencia. La lectura no está entre esos productos porque es verdaderamente peligrosa. El que lee pone en cuestión al hacerlo todo el montaje en torno al cual chapoteamos. Es cierto que lo hace de forma silenciosa, pero ese silencio es más ruidoso que el de mil borrachos asaltando una comisaría después de que su equipo haya perdido la Liga. Por eso, quizá, las humanidades, en general, están cada vez menos presentes en los programas escolares, porque quienes mandan saben que leer es la forma de rebelión más eficaz en los tiempos que corren.

UNA CHICA SIN ACREDITACIÓN.

Esta semana no he estado de suerte, la verdad, quizá porque el martes fue también 13, el caso es que sólo me ha tocado un apartamento en la playa, una bicicleta de montaña, tres televisores y un fin de semana en Alcocéber. A mí me tocan muchas cosas porque trabajo en casa y cojo el teléfono siempre que suena, por si me llaman de Hollywood para encargarme un guión de psicópatas. Pero el teléfono sólo suena ya para que una señorita te diga que eres un afortunado porque te acaba de tocar un apartamento en régimen de multipropiedad. Lo del apartamento está bien; lo malo es que para hacerte cargo de estos bienes has de pasar un fin de semana en lugares absurdos y soportar reuniones de las que no te dejan salir hasta que les compras una enciclopedia. Claro que si al final caes y firmas, te regalan dos apartamentos más en Torrevieja. Yo nunca he estado en Torrevieja, pero por las cosas que leo en los anuncios y por los apartamentos que me tocan continuamente allí, tiene que ser un lugar infernal.
Así que me tocó un apartamento, ya digo, pero lo rechacé. Le expliqué a la señorita del teléfono que soy prácticamente el dueño de Torrevieja y que no deseo poseer más riquezas infernales por ahora. Al día siguiente sucedió lo de la bicicleta de montaña y también renuncié. Por los televisores, como comprenderán, no voy a molestarme después de haberme desprendido de los apartamentos, ¿dónde iba a meterlos? Además, para hacerme cargo de ellos tenía que asistir previamente a la presentación de una enciclopedia juvenil en un hotel con aire acondicionado, y a mí el aire acondicionado me acatarra.
Una mala semana, ya digo; no hacían más que tocarme porquerías y encima no me llamaron de Holywood para lo del guión: a lo mejor tengo que ir renunciando a ese sueño y retirarme a Torrevieja para convertirme yo mismo en un psicópata. Sin embargo, el viernes comenzaron a arreglarse un poco las cosas. Estaba escribiendo una historia de violadores para Hollywood, porque me gusta tener preparadas las cosas antes de que me las pidan, cuando sonó el timbre de la puerta. La abrí, con gesto de fastidio, para espantar en seguida al mendigo de turno o al vendedor de máquinas de coser, y me encontré al otro lado con una mujer menuda cuya sonrisa me fascinó por algo que no sé.
-Sólo serán dos minutos -me dijo.
La invité a pasar, pero se ve que mi aspecto le dio miedo, porque cuando escribo guiones de locos para Hollywood se me ponen los pelos de punta y se me extravía un poco la mirada.
-Podemos hacerlo aquí mismo -añadió-. Es un instante. Soy del Ayuntamiento y estamos realizando una encuesta. ¿Conoce usted algún cementerio de Madrid?
-Todos -respondí con expresión sombría.
-¿Y le parece que los cementerios de nuestra Comunidad están dotados de las medidas de seguridad necesarias?
-A mis seres queridos, que yo sepa, no les han robado hasta ahora ningún hueso.
-Nada más, muchas gracias. Dígame su nombre.
Se lo dí y desapareció por la escalera antes de que se me hubiera ocurrido pedirle la acreditación. O sea, que lo más probable es que no fuera del Ayuntamiento, sino de una empresa privada que quizá va a montar un cementerio en la Comunidad y está haciéndose con un fichero de la gente con más probabilidades de suicidarse. Así que un día de éstos me comunicarán por teléfono que acaba de tocarme, en régimen de multipropiedad, un sepulcro con sistema de apertura retardada, es decir, una tumba segura en la que podrán descansar mis restos un mes al año, o dos, si se acostumbran a reposar en temporada baja. Lo malo es que para hacerme cargo de ella tendré que asistir a una reunión con aire acondicionado en la que me regalarán un apartamento en Torrevieja. ¿Y para qué quiero yo un nicho en Torrevieja teniendo una tumba como Dios manda en Madrid? ¡Menuda historia de psicópatas para Hollywood! A ver si me llaman.

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